martes, 14 de agosto de 2007

Mi viaje con Ana (Julio Médem en EPS)

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01
Mi hermana Ana Medem era pintora, y lo sigue siendo a través de sus cuadros. El inicio de este viaje lo voy a contar sin pisar mucho la tierra, un poco por encima para sufrir lo menos posible. El día 7 de abril de 2001, mi hermana inauguraba su exposición de pintura (la más extensa de su trayectoria) en unas bodegas de Cariñena, al sur de Zaragoza. Llegando en coche a esta comarca de vinos volví a reconocer el tono rojizo de los paisajes de Tierra, mi tercera película, que rodé allí hacía cinco años. Mi hermana nos había convocado en la entrada de la exposición a su familia directa y a sus amigos; tenía muchísimos. Es decir, allí estábamos esperándola todas las personas que más quería, ante una puerta cerrada que ella debería abrir. Minutos antes de la hora señalada para la inauguración, a tres kilómetros, mi hermana murió en un accidente de coche. No entramos en la exposición. Tengo grabada en mi mente una luna llena en el cielo del final de la tarde, casi roja, y casi encima de la carretera, mientras conducía mi coche hacia Zaragoza.

Al día siguiente, ante la caja cerrada que guardaba a mi hermana, me propuse, y le dije, que algún día haría una película basándome en ella; sobre todo en su carácter, animoso, optimista... Casi con estas palabras se pueden describir sus cuadros llenos de color, pintados a cera sin darse ninguna importancia. Lo que más me apetecía era hacer una comedia luminosa protagonizada por una mujer magnética, siempre dispuesta a encontrar el lado positivo, fácil y alegre de las cosas.

02
Ahora voy a pegar un salto, una gran zancada en el tiempo pasando por encima del estreno de Lucía y el sexo, a finales de agosto de ese mismo año, y cayendo dos años más tarde en el Festival de San Sebastián, cuando el público mostraba su apoyo con una inolvidable ovación tras el estreno de La pelota vasca, la piel contra la piedra. Aquella emoción precedía a otra más profunda, que se apoderó de mí aquella misma noche, a las dos de la madrugada, cuando asistí al segundo gran parto de la jornada: el nacimiento de mi hija Ana. Sin duda, aquel maravilloso día de septiembre fue el más intenso de mi vida.

Pensé que con la proyección del documental quedarían disipadas mis auténticas intenciones (mi compromiso moral por la no violencia y a favor del diálogo político), pero corrían tiempos de consignas, duras como pedradas. Durante los primeros meses de vida de mi hija Ana tuve que sufrir un horrendo proceso de acoso y linchamiento que casi puede conmigo. Justo en medio de aquella pesadilla, que en mí estaba produciendo ya efectos peligrosos, aplastadores del ánimo, paralizantes..., me invitaron a tomar un rumbo extraño, perpendicular, como un paso lateral que, aunque parecía que ni avanzaba ni retrocedía, afortunadamente me alejó del frente y me dejó suspendido en un lugar para no sufrir, o, mejor dicho, para sufrir por otros, que tienen muchísimo más motivo que yo: ocurrió cuando me invitaron al primer Festival de Cine del Sáhara, en uno de los campamentos de refugiados de Tinduf, en el desierto de La Hamada, Argelia (una de las zonas más inhóspitas del planeta).

Los tres días que pasé allí, junto a un nutrido grupo de cineastas españoles, están grabados para siempre en mi memoria, y me quedo, como recuerdo preferido, con el de las noches viendo películas en una enorme pantalla al aire libre, absolutamente bajo las estrellas. Mis ojos iban de la pantalla al cielo, descansaban, se perdían plácidamente y volvían a la película... La primera que vi fue la francesa Nómadas del viento, rodeado de sombras de hombres delgados con turbantes negros; la mayoría no había visto otro paisaje que su desierto ni otros pájaros que los buitres. Al contemplar aquellas imágenes que viajaban por el aire del planeta siguiendo a las aves migratorias, bajo aquel cielo nocturno del desierto, sentí que nos encontrábamos en un lugar verdaderamente perdido; aquella ventana al paraíso aumentaba todas las distancias, desde allí todo se percibía más lejano.

Una noche se proyectó mi documental, que no vi, para no mirar hacia dónde venía, por preservarme en aquel tranquilo vacío. El problema vasco lo percibí extraño y puede que ininteligible para aquella gente; este conflicto marcado por el odio del Primer Mundo me parecía desproporcionado en aquel escenario nocturno, y más aún con el día, me refiero al día a día, a la forma de sobrevivir de los saharauis, que llevan treinta años fuera de su país tras ser expulsados civil y militarmente por los marroquíes. Ocurrió cuando España les abandonó (tras la muerte de Franco). Una absoluta vergüenza.

Aquel viaje me ayudó a relativizar mi sufrimiento, a sacar sosiego del fondo del tiempo, en aquel inmenso espacio; a sacar fuerzas de la gran fuerza colectiva que los saharauis han ido amasando uniendo sus manos para recibir el sol de cara cada mañana. Siempre les agradeceré aquella lección, que me llevé a casa. Lo que yo no podía imaginarme entonces es que de allí sacaría también, casi un año más tarde, a un personaje fundamental para Caótica Ana, un joven pintor saharaui llamado Said. Se trata de un huérfano de la guerra contra Marruecos que, como todos los de su generación, no conoce su país, la República del Sáhara. Me traje de allí también un pájaro para Ana, un ave migratoria que proviene del desierto, y que, cuando está a nuestro alcance, su vuelo placentero marca el comienzo de la película. Y una tercera idea, la travesía del Atlántico de Ana, también salió del desierto de La Hamada. La actriz María Esteve me contó una noche que su padre, Antonio Gades, se encontraba esos días navegando en un velero rumbo a Cuba (luego supe que le recibió Fidel Castro). Estaba enfermo terminal de cáncer y llevaba a un médico a bordo. El verano siguiente, cuando me encontraba en plena escritura del guión, supe de la muerte de Antonio Gades. Aún me sigo imaginando a este maravilloso artista de genio profundo navegando en el Atlántico.

03
La siguiente zancada me llevó, de forma absolutamente inesperada, a pisar un feo agujero. La noche de entrega de los Premios Goya, en febrero de 2004, me tocó sufrir la experiencia más grave e injusta de mi vida. Quiero pasar corriendo por aquí. Diré sólo que la ministra de Cultura intentó que la Academia retirase mi nominación, y que en la entrada del Palacio de Congresos, la Asociación de Víctimas del Terrorismo organizó una manifestación detrás de una pancarta con un lema horrendo: "Contra el pelota vasco, la nuca contra la bala". Al bajar del coche que me dejó ante la puerta, un numeroso grupo de manifestantes falangistas, enarbolando banderas de España, me gritaron: "¡Asesino, asesino!". No recibí el Goya (en parte me sentí aliviado), y con la victoria socialista en las elecciones yo di por concluida mi pesadilla. Si no es por la cantidad de apoyos que antes, entonces y después recibí, se me hubiera tragado la tierra. Evidentemente, algo de mí se quedó enterrado para siempre, y yo debía seguir viviendo con lo que me quedaba.

Tras varios meses sintiendo que algo no funcionaba en mi estado de ánimo, pisé con poco peso el verano de 2004. Enseguida puse a mi lado a mi hermana Ana (que no vivió mi linchamiento) y empecé a escribir una comedia liberadora, regeneradora y alegre, con un optimismo casi ciego que enseguida bauticé con el nombre de Caótica Ana.

El primer caos de Ana consistía en que, allá por donde fuera, desestructuraba lo estructurado, desordenaba el orden... Sin darse cuenta iba ocurriendo a sus espaldas una catarata de extrañas (y aparentemente inofensivas) calamidades. Aún no sé qué ocurrió para que aquella propuesta de tono, con una atmósfera casi naíf, me durase tan poco. Enseguida, humores del fondo, de colores mucho menos claros que los de la superficie, empezaron a amenazar la historia.

En este punto quiero recordar algo que apenas he contado a nadie. Después del estreno de Los amantes del Círculo Polar (1998) comencé a recibir cartas azules de una mujer desconocida -deseándome "lo mejor, ahora y siempre, te lo mereces", me decía- acompañadas a veces de un libro, siempre del mismo autor, Brian Weiss, un psiquiatra estadounidense especializado en terapias psicológicas a través de la hipnosis. El tema y las técnicas de la hipnosis para recuperar y hacer conscientes recuerdos olvidados de nuestra vida, que han podido ser la causa de muchos traumas actuales, siempre me ha parecido algo fácilmente aceptable, y hasta fascinante. Pero nunca me había sentido atraído por la idea de que además podamos contener recuerdos de otras vidas pasadas, origen también de los más inexplicables traumas que padecemos hoy. Es decir, la idea de la reencarnación siempre me ha resultado extraña y poco justificable, aunque sí sugestiva, misteriosa... Weiss propone además una vía de contacto "con los espíritus superiores que habitan los estados entre dos vidas". Esta parte espiritual me cuesta creérmela, aunque prefiero no descartarla. En fin, que valga para otros.

En cualquier caso, sintiéndome cerca o lejos de estas teorías, lo que vi claro es que este tema me ofrecía unas enormes posibilidades para la ficción, así que daba igual lo que yo creyera. Decidí, además, que podía crear un personaje todo lo excepcional que yo quisiera. Es decir, unirme a las teorías más fantasiosas, pero sin hacer norma. La primera particularidad que se me ocurrió es que del fondo del abismo que empezaba a percibir para Caótica Ana empezaron a salir mujeres, sólo mujeres, y además tan jóvenes como ella. Entonces, la idea del mito me sirvió perfectamente para dar densidad y estructura al hecho del tiempo, lo ancestral, la energía que viene de muy atrás y que pretende manifestarse... ¿Manifestar qué?...

He de reconocer que el hecho de que en las primeras secuencias escribiera que el personaje de Ana no quería saber casi nada, porque le hacía daño, a mí me ayudaba a darme más tiempo (el mío) para entender de qué estaba hablando, adónde quería llegar (como me pasa tantas veces). De ahí que la escritura del guión estuviera ya dotada de un halo de misterio, que me proponía aventura, descubrimiento. Así que yo mismo visité a un especialista en terapias regresivas y me sometí a hipnosis. Lo que vi y sentí no lo voy a contar aquí; sólo diré que decidí no volver a hacerlo hasta acabar la película, y que me podía sentir más libre que nunca. El camino es mío, como yo quiera, pensé.

Por otra parte, en el guión había sustituido el efecto terapia de la hipnosis por el de la búsqueda de recuerdos para crear una representación, con lo que me había inclinado ya claramente por el mito, que se forma por nuestra voluntad de dar sentido a experiencias desconocidas. Y por otro lado está íntimamente unido a la memoria, la cual puede transformar el pasado en mito. Ana deberá entender que su derecho a no mirar atrás, a ser libre y "una sinsentido" (como se llama a sí misma), no puede durar mucho. En un momento del futuro deberá ponerse en situación de sacrificio, de rebajar su individualidad y ofrecerse a una causa colectiva que está éticamente por encima de ella. En su fondo discurre la memoria ancestral femenina, con lo que ella también deberá continuarla. Ya tenía mi manifestación, el sentido último: una oda a la lucha ancestral de la mujer.

Sobre esta corriente profunda y tumultuosa, que daba un nuevo sentido al concepto del caos, me pareció que debía conservar la superficie naíf de la primera idea de comedia de Ana, como un síntoma de inconsciencia del fondo, y como una forma fácil de protegerse. Ahí coloqué los cuadros coloristas de Ana, su pintura, que en la película acaba mostrando elementos que ayudan a esta idea de defensa, como es el hecho de que de fondo ella pinta puertas cerradas, sin saber por qué, pero sintiendo íntimamente que de algo lejano y violento le resguardan.

Este nuevo rumbo de la historia, que sólo conservaba pequeños trazos de comedia, me fue alejando de mi hermana, lo que me pareció muy liberador; en la película sí han quedado sus cuadros (muchos estaban en aquella exposición de Cariñena, que no vi). Pero al mismo tiempo estoy seguro de que, como dice (Caótica) Ana en la película, "el alma de los muertos no va a ningún sitio, si acaso sólo puede volar para entrar en los vivos". Yo no sé si existe algún paraíso exterior en el que ahora esté mi hermana, lo que tengo claro es que mi amor por ella hace que la sienta viva, dentro de mí. Y aquí se acaba todo el parecido profundo entre Ana Medem y Caótica Ana. Quedan algunos parecidos de forma y superficie, como el buen humor, la risa fácil y contagiosa, una bondad natural a prueba de tragedias, y, por supuesto, un parecido de color, el de sus cuadros pintados a cera, que son los que en la ficción ha pintado (Caótica) Ana. Añado que los cuadros pintados expresamente para la película son de mi otra hermana, Sofía (además, ayudante de vestuario), que ha sabido imitar con emoción el estilo de Ana. Las diferencias son todo lo demás, como la edad (Caótica es 18 años más joven), y sobre todo que sus biografías no tienen nada que ver entre sí. Y lo prefiero, dejar así a mi hermana en paz.

04
La nueva zancada la hice siguiendo el rastro más viejo del personaje de Ana, en el sentido de acercarme a sus orígenes, aunque al mismo tiempo me alejaba de donde había surgido (concretamente, la isla de Ibiza). Lo di a finales de abril para cruzar el Atlántico, y en el avión sentí la trascendencia del viaje, del mío también; pero el de ella me gustaba más, me ayudaba a aislarme y concentrarme. Pisé con el ánimo levantado, a pesar del jet lag, las calles del barrio Lower East Side, de Nueva York. No quería olvidarme de que iba a estar allí cinco semanas para mejorar mi imposible inglés, pero lo que más me apetecía era escribir una versión nueva de la película (siempre saco varias, que a veces son muchas, sobre todo si tengo tiempo). La misma tarde que llegué, en la misma calle en la que iba a vivir y en la que íbamos a localizar (aún no lo sabía) el apartamento de Ana, vi pasar, ante mi asombro, caminando muy despacio, a Brian Weiss. ¿Qué hacía allí él, precisamente en ese momento?... Yo sabía que su hospital está en Miami, pero se paseó delante de mí, y ya está. Me pregunté enseguida si le gustaría mi película, si es que alguna vez llega a verla, ya que yo había bebido de sus experiencias, pero sin seguir su ortodoxia. Puede que algún día lo sepa.

El viaje más raro que he hecho en mi vida estaba por llegar, desde allí mismo. Lo hice solo, y digo viaje raro por lo largo en el espacio en relación a lo corto en el tiempo: cinco más cinco horas de avión, más seis y otras seis horas de vuelta en coche, todo en día y medio. Y también raro porque volví en blanco. Cogí un avión hasta Phoenix, y de allí conduje un coche alquilado hasta adentrarme en la reserva de los indios navajos, y luego de los hopis. Yo había leído mucho acerca de las naciones de indios que existían en Norteamérica (había más de 500). Entre las que quedaban elegí a los hopis (hombres de paz) como los mejores ancestros de mi historia.

Durante varios meses habíamos estado esperando a que los jefes hopis me recibieran en su reserva, pero sus respuestas, muy alargadas, no concretaban nada. Así que como sólo me quedaban dos días en Nueva York, desde la productora en Madrid me recomendaron que fuera a Arizona, que seguro que los hopis me recibirían. Lo mejor fue la sensación de estar dirigiéndome a algo desconocido, con la sensación de estar moviéndome en un aire muy antiguo y sagrado..., pero sólo encontré un fascinante paisaje que me recordaba a los westerns de John Ford, y un hotel muy estándar al final de la reserva hopi, adonde llegué agotado de tan largo viaje. Nadie me recibió. Cené comida mexicana, madrugué, me despedí del paisaje de la reserva con el sol del amanecer y regresé a Phoenix a mediodía. Hice un vídeo del viaje, muy vacío, con un fondo de radio, voces y canciones country; también oí a La Oreja de Van Gogh. Volviendo en avión a Madrid pensé que de nuevo podría seguir inventando los orígenes de Ana. Me lo estaban permitiendo.


Caótico Medem Por Lola Huete Machado

Hoy es el día. Última bobina. El fin del viaje. Eso dice Medem. Pero no parece que lo que afirma Medem siempre sea como quiere Medem, porque... el propio Medem lo impide. Obsesiones e ideas hasta el último minuto... Últimas agonías. "Pero estoy encantado del resultado, ¿eh? Sí. Me pasa con todas..., pero en ésta más", susurra el director vasco mientras se afana en las salas de CineArte, en Madrid, en su querida y Caótica Ana. Tres años de trabajo; cuatro, desde aquel documental que le trajo por la calle de la amargura, La pelota vasca -"lo volvería a hacer; sí, tal cual"-. Medem luce cuerpo garboso, va como un pincel, nadie diría de su casi medio siglo de vida; se le intuye presumido, pendiente de sí y de sus creaciones; escudriñando siempre al otro, o lo otro, desde sus ojos entrecerrados. Y ahora, a punto de parir obra, está como un flan, en las últimas contracciones. Va y viene, se sienta y levanta, empieza una frase y no acaba, explica, razona, comenta, justifica: "Dura 1 hora y 58 minutos; del guión hice nueve versiones; dejé fuera diálogos porque hay imágenes que hablan por sí solas...".

Da la orden y el operador proyecta el arranque de Caótica Ana. Ahí se ven dos aves, halcón y paloma; rapaz y víctima. Fuertes y débiles. Idas y venidas. Viajes físicos y mentales. Paisajes reales e imaginados. Dentro y fuera. Cuevas y mares. Lo dionisiaco y lo angelical. Cielo, tierra, lunas... Hilos que se han ido entretejiendo en un universo medemiano en sus seis películas de ficción, desde Vacas (1992) hasta Lucía y el sexo (2000). Un camino en dos dimensiones, la física y la otra; un referente en su obra. Suena la banda sonora, contundente, de Jocelyn Pook: "Quería que la música fuera como la energía que le llega a Ana desde el fondo, desde atrás, como su memoria ancestral". El tiempo que va y vuelve, secuencias numeradas hacia atrás desde el 10, "como en la hipnosis".

Y ahí aparece Manuela Vellés, de 19 años, menuda, de piel blanquísima y grandes ojos verde mar. La actriz revelación en el papel de joven pintora que no quiere profundidad, sino superficie; no quiere entrar, sino salir; que huye y por la noche no sueña. Y Medem: "A veces escribes un personaje y sabes que no es fácil encontrar la persona que buscas". Hasta que un día alguien se cruza. "La vi y supe que tenía ante mí a la Ana deseada". Y nadie, salvo ella misma, sabe cómo se conjugaron los astros para llegar hasta aquí. No había actuado nunca: "Quería ser actriz, me acababa de apuntar a una escuela...". Ahora tantea el terreno que pisa: "Soy consciente del lujo que es este personaje, este director, esta obra; aún no soy capaz de verme como actriz, sé que es un proceso, un aprendizaje; aún me despierto alguna mañana y debo convencerme de que todo es real". Medem la tenía allí delante, sonriendo, mirando a la cámara, lozana, viva, aún no maltratada... Y la eligió. La hizo su hermana. "Me gustó que tuviera ese punto como de tener a la niña cerca... Y es increíble, con la dificultad del papel, y cómo Manuela hace que crezca, y crezca tan bien". Lo dramático, ¿le costó? "Claro. Pero fue muy bonito partir de cero, fabricar a Ana. Preparamos un álbum con recuerdos y ella me los reproducía a ojos cerrados... Luego la mandé a Ibiza, a su pasado, sola. Y poco a poco se convirtió en Ana, empezó a crearse a sí misma como actriz y personaje sacándolo todo de un fondo que no conocía, pero que a ella le pareció inagotable; se convirtió en un acto de felicidad que nos contagió al resto del equipo".

A Manuela le ha costado luego abandonar el personaje: "Porque me ha dado mucho, me ha dotado de seguridad en mí, me ha abierto...". Junto a ella actúan la cantante Bebe, Nicolas Cazalé, Asier Newman, Charlotte Rampling... Personajes de autor, complejos, nacidos de alguien que escribe historias con gusto. "Me encanta escribir. Empecé con 14 años; hasta una novela hice, Mi primer día se titulaba: era mi vida en un día. Y acabaré en la literatura", suspira Medem. De momento, ya tiene en mente otra cosa: "No, en mente no, ¡ya está escrita!". Y le sale un grito de emoción: "Tengo un novelón...". Y cuenta: "Será una película en forma de árbol, con raíces fuertes, un buen tronco y muchas ramas, bien plantado en España, en las dos Españas". ¿Otra vez política? "Sí, más política; aunque en primer término son historias de parejas que se mueven, se juntan y separan, el amor fiel e infiel... Será muy testogerogénica; la quiero rodar ya".

Susurra el título. Y pide por favor no desvelarlo. Tampoco el desenlace de Caótica Ana, esta última obra que tanto ha significado para él, ese territorio por el que viajó siempre acompañado por su otra hermana, Sofía -"nos hablábamos en voz baja: teníamos en mente a la misma persona"-; un camino cinematográfico y personal que debió recorrer para superar la insuperable pérdida de un ser querido. Y poder escribir hoy la palabra fin.

'Caótica Ana' se estrena el 24 de agosto en cines de toda España. Más información en:

http://www.sogecine-sogepaq.com/


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