sábado, 19 de enero de 2008

Bobby Fischer

Robert James 'Bobby' Fischer, nacido en Chicago, falleció el pasado 17 de enero en Islandia a los 64 años de edad. Bobby fue un gran maestro del ajedrez, y campeón mundial entre 1972 y 1975 (tras derrotar al soviético Boris Spassky en la denominada "Partida del Siglo". En 1975 la FIDE le retiró el título de Campeón, tras no haber jugado ninguna partida desde que consiguió el título. En 1992 jugó de nuevo contra Spassky, y le volvió a derrotar en la conmemoración del Campeonato del Mundo que habían disputado 20 años antes.

Esta es la última partida de Fischer contra Spassky en el Campeonato del Mundo del 72:

Blancas: Boris Spassky
Negras: Bobby Fischer
1. e4 c5, 2. Cf3 e6, 3. d4 cxd4, 4. Cxd4 a6, 5. Cc3 Cc6, 6. Ae3 Cf6, 7. Ad3 d5, 8. exd5 exd5, 9. O-O Ad6, 10. Cxc6 bxc6, 11. Ad4 O-O, 12. Df3 Ae6, 13. Tfe1 c5, 14. Axf6 Dxf6, 15. Dxf6 gxf6, 16. Tad1 Tfd8, 17. Ae2 Tab8, 18. b3 c4, 19. Cxd5 Axd5, 20. Txd5 Axh2+, 21. Rxh2 Txd5, 22. Axc4 Td2, 23. Axa6 Txc2, 24. Te2 Txe2, 25. Axe2 Td8, 26. a4 Td2, 27. Ac4 Ta2, 28. Rg3 Rf8, 29. Rf3 Re7, 30. g4 f5, 31. gxf5 f6, 32. Ag8 h6, 33. Rg3 Rd6, 34. Rf3 Ta1, 35. Rg2 Re5, 36. Ae6 Rf4, 37. Ad7 Tb1, 38. Ae6 Tb2, 39. Ac4 Ta2, 40. Ae6 h5, 41. Ad7 Blancas Abandonan


Y os dejo el artículo que Santiago Segurola ha publicado en el diario "Marca":

Rey del Mundo

Bobby Fischer pertenece a la escasa raza de genios que trasciende todas las fronteras. La del ajedrez, también. Para las nuevas generaciones y para quienes desconozcan cómo era el mundo de la guerra fría, la figura de Fischer les resultará propia de un personaje de novela, o simplemente un gran campeón prematuramente retirado y expuesto a un carácter lunático. En sí mismo, este personaje ya es suficientemente complejo como para merecer un agudo interés. Quienes asistieron al fulgor de Bobby Fischer saben que el ajedrez, el deporte y la política fueron desbordadas por el impacto de sus éxitos. Fischer era como Muhamad Alí, más grande que el mundo, aunque procediera del férreo y distinguido ámbito del ajedrez.

No hay manera de explicar a Fischer sin comprender que su apogeo fascinó al mundo. Se podía desconocer todo del ajedrez, pero no había manera de escapar al efecto del hombre que desafió en solitario al imperio de campeones soviéticos. Desde la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética había hecho del ajedrez una bandera de la supremacía intelectual. El deporte, la competición en general, funcionaba como un escenario perfecto para establecer jerarquías entre dos modelos opuestos. En el ajedrez, no había duda: los soviéticos marcaban una distancia sideral frente a los demás, y más aún frente a los países occidentales.

Ni en los sueños de los más fantasiosos guionistas de Hollywood podía esperarse la aparición de un hombre capaz de inquietar a los rusos. Pero ese hombre existía. Era un muchacho de Chicago, hijo de una enfermera suiza de origen judío y de un médico alemán. Se llamaba Robert Fischer. De su entorno familiar se dice que procedieron todas sus manías, conflictos y extravagancias. Su padre abandonó la familia cuando Bobby Fischer tenía dos años. La compleja relación con su madre le marcó la vida y sus opiniones, especialmente sus belicosas posiciones antisemitas.

La trascendencia de Fischer en el ajedrez no admite discusión. En ese terreno se le considera un genio. A su manera, representó el espíritu de los sesenta: insolente, brillante, neurótico, individualista, ingobernable. Su meteórica ascensión (con 14 años se proclamó campeón de Estados Unidos) fue seguida con lupa por los expertos y con temor por los soviéticos, que hasta entonces no habían encontrado problemas para pasarse el testigo de campeones del mundo.

Que del ajedrez norteamericano surgiera un gigante, era algo de lo más improbable. Que ese gigante tuviera la capacidad de convocatoria de una estrella pop, se antojaba imposible. Que Bobby Fischer en solitario se atreviera a amenazar el imperio soviético, sonaba a quimera. Sin embargo, los rusos comprendieron el peligro que representaba el prodigioso Fischer. La defensa de su hegemonía se convirtió en una prioridad de alcance político. En la otra trinchera, Fischer se fijó como objetivo destrozar la maquinaria rival, a la que tenía por corrupta y paralizante.

Durante cinco años, entre 1967 y 1972, la prensa occidental dedicó a Fischer un espacio insólito. A su fulgurante carrera añadía todos los elementos para perfilarle como un icono de su tiempo, un genio extravagante, impredecible y caprichoso con una fijación por la gloria. Si la gloria pasaba por humillar a los soviéticos, la estatura popular y mediática de Fischer rebasaba ampliamente los límites del ajedrez. Lo quisiera o no, era un mesías de Occidente.

Su duelo con Boris Spassky en 1972 fue seguido con la atención que se dedicó al regreso de Alí para enfrentarse con Joe Frazier. En medio de un clima paranoico, dos maneras de entender el mundo se enfrentaron en Reykiavik. A veces, la historia se escapa de los designios de sus protagonistas. Aquel fue el caso. En una pequeña habitación, Fischer y Spassky libraron un duelo que coronó campeón al americano. Tenía 29 años. Todo lo que siguió fue menos glorioso y más triste. Fischer desapareció para entregarse a una vida solitaria, errante y enloquecida. Eso fue después. En 1972, tras su victoria Reykiavik, Fischer era otra cosa. Era el rey del mundo.

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